Xosé Gabriel
15/07/2025

Análisis de la actual condición humana

En el pasado, al ser y a la condición humana se le atribuyeron conceptos e ideas incluso divinas. Sin embargo, desde la antropología del ser viviente que somos –que nos concibe como animales con unas competencias ideativa y lingüística características– esta condición adquiere una connotación especial. Sobre todo, porque estas competencias modelan nuestra realidad, la cual construimos subjetivamente. Es decir, el mundo que percibimos es una modelación de nuestro cerebro, aparato sensitivo y perceptivo, tanto a nivel individual como colectivo.

Idear y dar significado, con el espíritu como puente entre lo simbólico y la razón. Que esta trinidad sea constitutiva de la especie humana, implica que no tenemos acceso directo a la realidad tal como es, sino a una versión construida por nosotros. Incluso la ciencia también es una forma de modelación, no una descripción literal de la realidad.

Por tanto, la existencia humana es un proceso de creación constante, donde el ser se constituye a sí mismo en relación con el mundo. El cosmos mismo es visto como un organismo viviente productivo, y el individuo es un elemento más en esta condición limítrofe, siendo cocreador.

Pero el ser humano está polarizado entre el vacío existencial y la inquietud que lo mueve. Esta condición le obliga a autocrear su propio nicho ecológico. Y esa libertad implica la posibilidad del bien y del mal, también como parte consustancial de la condición humana.

Históricamente, las religiones trascendieron lo absoluto, algo que no es algo trascendente sino inherente a nuestra experiencia. Pero las religiones, las ideologías y las estructuras políticas tradicionales están desmoronándose. La sociedad actual se encuentra en una crisis axiológica profunda. En particular, la juventud carece de sistemas de valores. Esto es, la existencia humana se encuentra en un estado de liminalidad, entre lo que es y lo que no es.

De hecho, el conocimiento humano no es una aseveración rígida, sino una propuesta filosófica que exige la libertad tanto del que la propone como del receptor. La filosofía (querencia por el conocimiento) es esencialmente libertaria, con un carácter «preservativo» que combate fundamentalismos religiosos, concepciones totalitarias de la política, la ética o la ciencia.

Desde hace miles de años, el individuo y su egoísmo han sido el principio organizador de la sociedad, cuyo “dios” es el dinero o el materialismo (el famoso y sempiterno “becerro de oro”). Sin embargo, la complejidad de la sociedad del conocimiento exige un cambio hacia la interdependencia y la cooperación, ya que el egoísmo es su “enemigo público”.

Por tanto, resulta fundamental reivindicar la experiencia frente a la creencia y desarrollar una cualidad humana profunda, que permita gestionar el poder de la ciencia y la tecnología para el bien de la humanidad y del planeta, no al servicio del egoísmo.

Considerando el hecho de que estamos en un tiempo de cambios sin precedentes, tanto sociales como de otro tipo, inéditos y existenciales, hay una necesidad: la de reubicar y reevaluar nuestra comprensión del ser y de la realidad; dejando los paradigmas caducos, actualmente constituidos, como el individualismo y la visión mecanicista de la ciencia, y reconstruyendo nuevos valores que permitan a nuestra especie vivir en el presente y coexistir en el futuro, con la variabilidad y diversidad de la realidad.

En un mundo lleno de crisis, ansiedad, egoísmo, catástrofes y sufrimiento, se precisa una actitud crítica hacia la desesperanza y el “sufrimiento autoinducido”, buscando la posibilidad de vivir plenamente, a pesar de la inminencia de la muerte individual.

Para ello, los conceptos clave son humanidad, cooperación, experiencia directa y una verdadera apreciación de la libertad, no marcada por los límites del determinismo. Abrazar nuestra realidad inhóspita y nuestra naturaleza creadora.

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