

Claves para una existencia adecuada
Vivimos en tiempos extraños, acelerados y confusos. A veces parece que todo se está desmoronando o que todo avanza demasiado rápido. Nuestras ideas, nuestras relaciones, nuestra manera de estar en el mundo… todo parece estar en cuestión. Pero en medio del ruido y de la urgencia, surge una pregunta clásica, casi esencial: ¿cómo vivir plena y conscientemente?
Esta pregunta es el punto de partida de mi Tratado Existencial. No nace de una pretensión teórica ni de una fórmula máxima, sino de un deseo profundo: entender qué somos y hacia dónde podemos (o debemos) ir. Es un intento honesto, y sí, también esperanzador, de reconciliar nuestra condición humana con los desafíos de este presente complejo.
El corazón del planteamiento es simple y al mismo tiempo poderoso: tenemos una esencia evolutiva, una capacidad que nos define como especie y que nos conecta con nuestro pasado, con nuestra historia común. Esa esencia es la ideación, esa maravillosa capacidad de concebir, imaginar, crear, reinventar, proyectar, en una palabra, conceptualizar. Algo que ningún otro ser puede hacer (un león no se plantea cómo le fue el día ni si su entorno es o no un caos). Sin esa capacidad no habría cultura, ni ciencia, ni sociedad. Sin ella no seríamos humanos.
Ahora bien, esa ideación no flota en el aire, sin cuerpo, sin contexto, sin consciencia. Propongo pues entender la existencia humana como un equilibrio vital entre tres grandes dimensiones: la biológica, la sociocultural y la espiritual.
La dimensión biológica nos recuerda algo que a menudo olvidamos: que somos cuerpos, que respiramos, que tenemos límites, ciclos, instintos y necesidades. Que somos parte de la naturaleza.
La dimensión sociocultural nos muestra que también somos palabra, historia, vínculo, comunidad. Aquí aparecen normas, valores, arte, política, identidad. Aquí vivimos “nosotros”.
Y la dimensión espiritual, alejada de dogmas o imposiciones, es ese espacio íntimo donde buscamos sentido, donde nos abrimos al misterio, al asombro, a la trascendencia. Es la pregunta del “por qué”, de “cómo vivir mejor”.
Vivir bien es buscar el equilibrio entre estas tres dimensiones. No siempre es un hecho. Hay momentos en que una domina o se impone: cuando nos perdemos en el consumismo y olvidamos el cuerpo, cuando la sociedad nos ahoga o cuando la espiritualidad se convierte en evasión. Pero el equilibrio –aún siendo inestable– es lo que da salud, sentido y fortaleza vital.
Ahora bien, no estamos solos. Somos seres profundamente sociales. Y mientras buscamos ese equilibrio a nivel personal, también necesitamos orientarnos colectivamente. Aquí entra otra de las claves del Tratado: entender la vida social desde una perspectiva evolutiva y científica.
La biología, la historia y la ciencia nos llevan a la misma conclusión: las especies y las sociedades que prosperan no son las más fuertes, sino las más cooperativas, innovadoras e igualitarias.
Así pues, propongo tres principios fundamentales para la vida en común:
– Igualdad, porque sin justicia no hay paz duradera ni confianza compartida.
– Cooperación, porque la vida funciona mejor cuando se basa en la ayuda mutua, no en la competencia salvaje.
– Innovación, porque los desafíos (como los actuales: crisis climática, tecnología, desigualdades) exigen nuevas formas de pensar y actuar.
Estos principios no son sólo éticos, son evolutivos, son condiciones reales de supervivencia. La historia está llena de ejemplos de sociedades que se derrumbaron debido a no seguirlos o vulnerarlos.
Y hay otro eje esencial: nuestra relación con la naturaleza. No podemos continuar viviendo como si no fuéramos parte de la misma. No se trata de “salvar el planeta”, sino de aprender a vivir con él, como parte de un todo vivo e interdependiente.
La tierra, el agua o el aire, los animales… no son meros recursos. Son sustento, son espejo, son vida. Vivir apartado de la naturaleza es hacerlo desconectados de nosotros mismos.
Si la ideación es lo que nos hace humanos, es también la que puede reorientar nuestro camino. Podemos utilizar esa capacidad única para crear alternativas, ser conscientes, éticos y estar vinculados al bien común.
No hay nada escrito. Lo que venga dependerá de cómo ideemos, de cómo equilibremos nuestras dimensiones, de cómo cultivemos sociedades más integrales y de cómo tratemos al planeta que nos sustenta.
Éste es el núcleo del Tratado Existencial que propongo. No como una doctrina, sino como una brújula abierta. Una invitación a vivir desde lo que evolutivamente somos y desde donde estamos… para alcanzar, con audacia y determinación, todo lo que aún nos quede por desarrollar.