

El Ser y sus circunstancias
Nadie elige dónde ni cómo nace. Sin embargo, las circunstancias que rodean nuestra existencia, desde nuestra gestación y primeros años de vida, dejan una huella profunda. Una impronta que cala hondo en el bienestar, en las emociones y hasta en la forma de encarar los retos cotidianos. Más aún, en la identidad personal, en cómo nos moldean los avatares del destino y en qué estrategias adoptar para mantenernos fieles a nuestra esencia.
Ser o no ser deseado en el momento inicial de nuestra existencia puede marcar, energéticamente y emocionalmente, el desarrollo de una persona. No se trata de poesía, sino de prevención: los traumas más graves ocurren entre la concepción y los tres primeros años de vida. En ese tiempo crítico se forman los sistemas internos, la consciencia y la base de nuestras emociones.
Si un niño o una niña vive esos años en soledad, sin afecto ni seguridad, el daño es profundo. Por “hay que criar antes que educar”. Alimentar, proteger, abrazar, dar calor. Solo así se forma un vínculo seguro que después sostiene todo lo demás.
El filósofo Ortega y Gasset también nos recuerda que el ser humano no existe en el vacío. Su famosa frase, “yo soy yo y mi circunstancia”, subraya que la vida no puede separarse de su contexto. Somos historia, somos entorno, somos relación con los demás.
Para Ortega, lo importante no era la naturaleza fija del hombre, sino su capacidad de construir historia. Y advertía contra el peligro de la “masa”, esa homogeneización que anula la individualidad. Frente a ello, defendía la responsabilidad y la capacidad de cada persona de aportar su voz al bien común.
Por tanto, el ser humano está condicionado por sus circunstancias. La biología y el entorno emocional, por un lado. La historia, la sociedad y la política, por otro. La pregunta es: ¿qué hacemos con ello?
Si no cuidamos los primeros años de vida, sembramos sufrimiento futuro. Si nos dejamos arrastrar por la masa sin responsabilidad individual, abrimos la puerta a la apatía y a la pérdida de sentido.
Sin embargo, todavía estamos a tiempo. Traer vida al mundo sigue siendo un milagro. Y vivirlo con consciencia, un privilegio.
La clave quizá sea volver a conectar: con nuestra historia, con nuestro cuerpo, con el entorno, con los otros. Como especie, no podemos permitirnos perder de vista lo esencial: somos pulsación de vida, somos vínculo, somos parte de un ecosistema común.
Recordemos que lo que hagamos hoy —en la crianza, en la sociedad, en nuestras relaciones— es lo que definirá quiénes somos mañana.